Jessica Álvarez 

En México, hablar de infancia es sacudir ciertas historias de dolor, sufrimiento, pobreza, abandono, injusticia, miseria, humillación y desprecio. Es hablar de miles de menores que viven en las calles luchando por sobrevivir, menores a quienes se les ha negado el derecho a la dignidad, al juego, a la justicia, a la libertad, menores golpeados, estigmatizados, extorsionados, violados y/o explotados. También es hablar de una sociedad que olvida y margina a los menores que ella misma produce, y con cuyo silencio y contemplación se vuelve cómplice de la injusticia en la que estos viven.

El número de niños en situación de abandono u orfandad, o que están separados de sus padres por cuestiones jurídicas y están en distintos albergues públicos y privados del país, aumentó en el último año. México no tiene cifras exactas del número de menores en situación de orfandad, sin embargo, la estimación más precisa con la que se cuenta al día de hoy es proporcionada por la Red Latinoamericana de Acogimiento Familiar (2010) quien estima que en México existen más de 412 mil niños, niñas y adolescentes que viven sin el cuidado de sus padres. (Rodríguez, 2016, p.6).

Claire O´Kane, define a estos menores de la siguiente manera: “Niños, niñas y adolescentes sin el cuidado parental”, ya que por diversas razones no viven con el padre o la madre y no están bajo el cuidado de estos, cualesquiera sean las circunstancias (O’Kane et al., 2006).

Fenichel refiere: “Lo que se ha dicho de niños que no conocieron a uno de sus progenitores es cierto también con respecto a los niños de Instituciones, y esto último en dos sentidos. Si en vez de ser criados en un determinado lugar han estado sujetos a cambios frecuentes de ambiente, esto no sólo se refleja en forma de perturbaciones típicas de las formaciones del carácter, sino que no logran jamás una oportunidad de crear relaciones duraderas de objeto y su complejo de Edipo queda reducido a pura fantasía. Hay en toda clase de comunidades permanentes personas adultas que hacen las veces de sustitutos de los padres, pero el hecho de que no sean los padres verdaderos se reflejará en la forma especial del complejo de Edipo”. (Fenichel, 2005).

Pero ¿Qué pasa cuando estos infantes y/o adolescentes entran en un proceso de adopción? ¿Por qué se reportan innumerables casos en los que no se logra la adopción debido a que el menor parece no adaptarse al nuevo núcleo familiar? 

Estos cuestionamientos me surgieron ya que hace algún tiempo, tuve la oportunidad de trabajar en una casa hogar que tenía; como muchas otras de nuestro país, un programa llamado “Familias Acogedoras”. Éste, se basaba en colocar a los menores en distintos núcleos familiares que estuvieran interesados en adoptar, con el objetivo de observar su comportamiento  en dicho núcleo por un periodo de 3 o 6 meses. Al finalizar éste, el DIF; junto con la casa hogar, definía sí el menor era “apto” para integrarse a la familia adoptante. Sin embargo, comencé a ser testigo de uno de los procesos más complejos por los que pasaban los menores ya que al transcurrir el tiempo de “adaptación e integración”, presentaban conductas rebeldes, desafiantes, retadoras y en algunos casos agresivas y/o violentas. Lamentablemente, las personas responsables de definir si los menores eran “aptos” o no, no lograban comprender los fenómenos que se despertaban en dicho proceso y al observar conductas similares a las que mencioné, decidían que se tenían que mover a esos menores con otras familias. Este proceso se repetía una y otra vez e incluso podía tomar años hasta que los menores crecían disminuyendo la posibilidad a la adopción o presentaban una actitud de plena indiferencia ante la posibilidad integrarse o no a una de estas familias. 

Observé que la evaluación de la situación emocional del niño adoptado, o por adoptar, se basa meramente en signos externos de su funcionamiento y ajuste. Por lo tanto, considero de suma relevancia mirar y abordar con mayor detenimiento y profundidad este tipo de fenómenos. 

El presente escrito tiene como objetivo, pensar y replantear estos procesos de adopción en México. Ir más allá del consultorio para poder generar un impacto en el entendimiento de dichas actitudes mostradas por los menores institucionalizados en procesos de adopción y con ello, generar consciencia de lo que esto implica para su psiquismo, bienestar y funcionamiento. 

Para comprender lo anterior, no podemos hacer a un lado, lo vivido previamente por estos menores ya que como lo menciona el autor Cyrulnik, “Los efectos del trauma de separación se manifiestan mediante comportamientos regresivos, enuresis, encopresis, pérdida del aprendizaje, terrores nocturnos, miedo a las novedades, entre otros.  El niño herido, reacciona con comportamientos de apego ansioso, conductas delictivas o depresivas.” (Cyrulnik, 2001)

Considero que estos menores al entrar en un núcleo familiar nuevo, ponen a prueba las reacciones a su conducta y buscan saber si esos padres van a poder contener y lidiar con todos sus contenidos ya que hubo unos padres biológicos que no lo hicieron y por el contrario, los abandonaron. 

Como menciona Andrés Gaitán en “Revisión del caso de un niño adoptado”, hay situaciones en donde el padre/madre adoptiva representa todas sus “partes malas” ya que al depositarlas en ellos, pueden atacarlas, para así poder contener en ellos mismos las “partes buenas” que les garantizan el no ser rechazados. Así mismo, llegan a presentar episodios violentos en caso de existir hermanos ya que implican una amenaza de que pueden ser desplazados de nuevo. En este mismo texto, dicho autor menciona diversos factores por los que un niño en proceso de adopción puede presentar defensas paranoides ya que han de protegerse de un entorno que, por diversas razones, se presente poco confiable y que puede derivar en comportamientos agresivos (defensivos). Esto como expresión de su conflicto principal, o sea, la ambivalencia relacionada con:

  1. Querer y a la vez no querer pertenecer a su hogar actual.
  2. Tener los padres que tiene, contra estar en otro hogar con sus padres biológicos.
  3. En su fantasía, haber entremezclado partes de la realidad con su propia “novela familiar”. 

Él mismo agrega: “A lo largo de mi labor por una Institución, observé que en la mayoría de los casos, las actitudes “sádicas” que desplegaban en contra de los posibles padres adoptivos, eran consecuencia de su conducta francamente rebelde y hostil hacia los objetos de su entorno. Esto, posiblemente como necesidad de poner distancia con una madre que, por no ser la biológica, podría despertar deseos sexuales que debían ser considerados como incestuosos” (Gaitán, A., 2012). 

Respecto a la configuración psíquica del niño adoptado, María Berger menciona: “El niño tiene una vida interior mucho más complicada que la de su homólogo no adoptado. La tarea de adaptación a la realidad le resulta más difícil porque, habiendo sido abandonado una vez, se siente malo y teme que lo vuelvan a abandonar”. (Berger, M., 1979). Aunado a esto, me parece relevante mencionar la historia previa del menor, el tiempo previo a la adopción vivido con sus padres biológicos, la permanencia en instituciones, o en diversos hogares sustitutos que no les ha permitido establecer una relación consistente con ningún cuidador y en muchas ocasiones, presentan eventos traumáticos previos a iniciar este proceso.

Por otro lado, la diferencia de los niños adoptados respecto a los demás es que sus padres biológicos, no sólo han tenido deseos y fantasías filicidas; que sabemos que coexisten en mayor o menor grado en todos los padres junto a sentimientos tiernos y amorosos que permiten la supervivencia, sino que esos deseos filicidas han sido actuados. Los han abandonado en la realidad. La diferencia del menor adoptado no es por lo que le falta en la biología, sino por lo que le sobra como estigmatización social, y sobre todo por cómo estructura su mundo interno. El doble origen del niño adoptado, padres biológicos y adoptivos, hacen de la adopción una realidad bastante compleja. Generalmente el primer abandono supone para estos niños una herida narcisista, que se perpetuará si no logran resolver la situación de dolor y resentimiento, dándose una fragilidad yoica que además les situará en contra del mundo. El niño abandonado tiene un importante duelo pendiente, ya que como mencioné se hacen presentes actuaciones filicidas de los padres originales, por lo que los niños pueden también llevarlas a cabo en forma de rechazos, fugas, trastornos de conductas, entre otras, con los padres adoptivos que son los que están cerca. Este hecho, mantiene en la realidad el peligro de un reabandono y la angustia también de que toda fantasía puede realizarse, exacerbándose la consabida ansiedad de separación que, como sabemos, es latente en todo niño. Frente a esta ansiedad se movilizan defensas que tienen como finalidad comprobar en qué medida son queridos y no abandonados, pudiendo aumentar la dependencia hacia los padres adoptivos por ser los salvadores o, alejarse, rechazando todo lo que venga de ellos, expresando así, la venganza hacia sus padres originales por haberlos abandonado. 

Lo anterior me remonta a lo expuesto por Winicott quien plantea que “cuando muchos bebés tienen una larga experiencia de no recibir de vuelta lo que dan, surgen consecuencias como empezar a atrofiar su capacidad creadora y buscan otras formas de conseguir que el ambiente les devuelva algo de sí. La agresión forma parte de la expresión primitiva del amor. El amor oral es el que sobrelleva la base de la mayor parte de la agresividad real. El comportamiento agresivo se ve explicado por el modo en que el niño maneja su propio mundo interior”. Por lo tanto, cuando está enfermo, puede que reajuste sus relaciones de tal manera que lo bueno se concentre dentro y lo malo sea proyectado. Proyección de la experiencia del mundo interior que provoca periódicamente peleas entre quienes le rodean, utilizando la maldad externa a modo de proyección de lo malo que hay dentro. Lo cual, es importante tomar en cuenta en dichos procesos de adopción ya que al ser precisamente un “proceso”, conlleva diversas etapas y fenómenos que requieren de nuestra atención y comprensión, para así, evitar que estos menores pasen de hogar en hogar, de duelo en duelo y de situaciones en las que lo que se está haciendo es retraumatizar el abandono primario. 

El abandono es un tema esencial en la vida de los menores adoptados. Como mencionan Grinberg  y Valcarce (2003) estos niños no solo tendrán que trabajar los problemas inherentes al desarrollo normal, sino que también tendrán que elaborar las experiencias y fantasías de haber sido rechazados o abandonados. Abadi (1989) menciona que el temor al abandono, ligado con los sentimientos de hostilidad provocarán la necesidad de poner a prueba a sus figuras paternas, para comprobar si éstas los quieren y los aceptan o serán figuras abandonadoras.

Por todas estas pérdidas, es frecuente observar depresión entre niños adoptados, ya que ésta generalmente es una experiencia profundamente dolorosa. (Nickman, 1985). Al mismo tiempo y cuando el rechazo forma parte de su identidad (lo cual es común), prueban constantemente el compromiso y amor de sus padres. De tal forma que hacen lo prohibido y tienen dificultad para controlar sus impulsos. Esta conducta tiende a volverse destructiva, ya que la ansiedad sobre el rechazo no desaparece, sino que incrementa con cada prueba, de esta forma el niño termina provocando precisamente lo que más teme:  el rechazo. (Brinich, 1995) Es aquí donde considero que comienza un reto más para los niños adoptados, quienes cuentan con una particularidad: tienen la oportunidad real de separar sus afectos entre dos pares de padres: los biológicos y los adoptivos. Es justo en esta escisión tan sencilla de hacer para ellos, donde se gestan muchas de las fantasías que conforman su mundo interno.

Cuando la idealización de alguno de los padres adoptivos se ve interrumpida por cualquier situación natural en la relación, el menor adoptado busca idealizar otra figura y se encuentra con la oportunidad de fantasear con sus padres biológicos. La fantasía, más que un proceso mental creativo, puede llegar a ser displacentera, ya que se conecta con el origen de sus vidas, el cual implica rechazo. (Brinich, 1980) Sin embargo, pienso que la habilidad que genere un menor adoptado para fusionar el amor y el odio, se verá influenciado con la capacidad de los padres adoptantes para aceptar las partes buenas y malas de su hijo de forma integrada. 

Con lo anterior me surgen los siguientes cuestionamientos: ¿Qué pasa con los posibles padres adoptantes? ¿Cómo ayudarlos a comprender, enfrentar y contener las actitudes agresivas de los nuevos integrantes de su familia? 

Quizá, convenga citar aquí el caso de un niño que fue “adoptado” por D. Winnicott y su esposa. Durante la Segunda Guerra Mundial, un niño de 9 años llegó a una Institución para niños evacuados, enviado desde Londres. Winicott confió en la posibilidad de proporcionarle tratamiento durante su permanencia en esa institución pero su síntoma se impuso y huyó. Sin embargo, había establecido contacto con él en una entrevista en la que pudo ver e interpretar, a través de uno de sus dibujos, que al huir salvaba inconscientemente el interior de su hogar y protegía a su madre de todo ataque, al tiempo que trataba de huir de su propio mundo interno, poblado por perseguidores. Tiempo después se presentó en una comisaría cerca de la casa de Winnicott y su esposa lo acogió durante un periodo de tiempo corto pero que él describe como “infernal”. (Winnicott, 1984).

Lo importante para fines de este trabajo es la forma en que la evolución de la personalidad del niño engendró odio en él, y lo que él hizo al respecto. Winnicott en su escrito sobre “El odio en la contratransferencia”, explica que: “En ciertas etapas de algunos análisis, el paciente en realidad busca el odio del analista y lo que se necesita entonces es que ese odio sea objetivo. Si el paciente busca el odio objetivo justificado, tiene que encontrarlo pues, de otra manera, le resulta imposible sentir que puede alcanzar el amor objetivo”. Pienso que esto es justamente lo que buscan los menores al “rebelarse” contra su nuevo entorno familiar. Lo que sucede con estos niños es que, al cabo de un tiempo, comienzan a poner a prueba el medio que han encontrado y a buscar pruebas de la capacidad de sus padres adoptivos para odiar objetivamente. Parecería que sólo después de ser odiado puede creer en la posibilidad de ser amado. Por ende, es crucial para el niño que la familia no se desorganice emocionalmente, vengándose o asumiendo una actitud moralista y castigadora en relación a los síntomas.

Melanie Klein en “Amor, culpa y reparación” señala que cuando las fuerzas crueles o destructivas amenazan con predominar sobre las amorosas, el individuo debe hacer algo para salvarse, y una de las cosas que hace es volcarse hacia afuera, dramatizar el mundo interior, actuar el papel destructivo mismo y conseguir que alguna autoridad externa ejerza control (1921-1945). 

Winnicott en su texto “Dos niños adoptados” (1953),  menciona que “un estudio social bien hecho, no sólo previene desastres, sino que también permite efectuar adopciones que de otro modo no hubieran sido posibles; debe recordarse que una adopción fracasada suele ser desastrosa para el niño, a tal punto que habría sido mejor para él que el intento ni siquiera se hiciera” (Winnicott, 1998). 

Respecto a los futuros padres adoptantes, Gelman (1996) menciona que los profesionales al trabajar con ellos, se enfrentan a “personas jaqueadas en su narcisismo y autoestima, dado que se frustraron ciertos ideales” (p.106).  Aunado a lo anterior, Alejandra Marín en “Identidad y Adopción” dice, “es casi una regla que antes de que el bebé llegue a casa, haya una idealización con respecto a ese nuevo ser y al papel de maternidad y parentalidad. Por lo general, los papás que no pueden concebir un hijo, empiezan a idealizar el papel de padres y el de una familia. Por lo que es de suma importancia que se haga un trabajo de elaboración psíquica sobre lo que para ellos significa traer una nueva persona a casa. (Marín, A., 2017)

Concluyo que la relevancia del trabajo con estos padres adoptantes  debe de ser profunda para que el proceso pueda ser exitoso, se tendrá que analizar cuáles son esos ideales y expectativas que se tienen con respecto al hijo adoptivo, cuales expectativas pueden llegar a ser realizables y cuáles no, trabajar con las heridas narcisistas de los padres y acompañarlos de la mano en el proceso antes y después de la adopción, con el objetivo de lograr una mejor vinculación con el futuro hijo adoptivo. De modo que, antes de que los padres adoptantes tomen contacto con el niño, se debería de plantear una etapa de trabajo preliminar para hacerles más comprensible el cuadro que posiblemente se presentará y los factores que implican el proceso. 

Agrego la importancia de que los padres adoptantes tengan la capacidad de tolerar, contener y devolver metabolizados los contenidos de estos. Mostrando en este proceso las herramientas psíquicas necesarias para tolerar las identificaciones proyectivas de los mismos. Siendo padres comprensivos que tengan capacidad de Reverie y logren mantener el equilibrio ante los posibles ataques al vínculo que se puedan presentar. Esto beneficiará el proceso y ayudará; poco a poco, a que los niños formen la capacidad para transformar su material sensorial en representaciones mentales gracias a esta “función alfa contenedora”. 

Termino este trabajo con lo siguiente: “—¿Qué quieres ser cuando crezcas? – preguntó la educadora a un niño de cuatro años de una casa hogar.

—Hijo—respondió con seguridad y firmeza” (Rodríguez, 2016, p. 2).

Planteo y sostengo que a fin de comprender las dificultades que estos menores institucionalizados atraviesan en dichos procesos de adopción, debemos comprender sus fantasías inconscientes. Me parece relevante que como psicoanalistas no dejemos a un lado a este tipo de población, a estos “menores institucionalizados”, desesperanzados y olvidados por la sociedad. Es nuestra tarea dar una mirada y tomar conciencia de la existencia de esta problemática en nuestro país. Por lo que considero de suma importancia actuar más allá del consultorio y fomentar el replanteamiento y entendimiento de este tipo de procesos que de una u otra manera, nos ayudan a pensar, explorar y comprender fenómenos del funcionamiento psíquico de los individuos. 

Bibliografía 

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